Evolución
histórica de la capilla de Ánimas de San Sebastián
Abierta
al lado de la epístola del templo y separada de la nave de éste por una verja
de hierro, la capilla tiene una anchura de 5 metros, una profundidad de 2
metros y una altura de 6 metros y medio, siendo la más pequeña de todas las que
posee el templo.
La
capilla fue edificada a comienzos del siglo XVIII a expensas del presbítero
estepeño don Pedro Salvador de Reina, quien hizo donación de la misma a la
cofradía de las Benditas Ánimas de la parroquia, obligándose dicha cofradía,
desde el fallecimiento de don Pedro, a decir perpetuamente una misa cantada con
responso el día de Santa Teresa de Jesús, 16 de octubre, de cada año en dicha
capilla, y señalando don Pedro como sitio para la sepultura de su cuerpo “en el que están los pies de los sacerdotes
diciendo misa en dicha capilla”; estas disposiciones las dejó escritas el
fundador de la capilla en su testamento, otorgado en Estepa el día 9 de enero
de 1717 ante el escribano José Borrego, en el que también dispuso se dijesen cien misas rezadas
en dicha capilla en sufragio de las benditas ánimas y por el alma de sus padres
y abuelos.
De
don Pedro Salvador de Reina apenas sabemos que falleció en Estepa, siendo
enterrado en la parroquia de San Sebastián “en
sepultura propia” el 12 de agosto de 1719 y que perteneció a varias
cofradías y hermandades estepeñas: a la hermandad sacerdotal de San Pedro, que
organizó su entierro; a la venerable orden tercera de san Francisco de Asís, de
la que fue ministro entre 1695 y 1697 y después coadjutor; a la hermandad de la
Oración en el Huerto, según consta en su testamento; y, naturalmente, a la
hermandad y cofradía de las Ánimas
Benditas de San Sebastián.
Aunque
no podemos asegurarlo, parece que desde los años ochenta del siglo XIX la
capilla se convirtió también en bautismal, pues así se deduce de las palabras
de Aguilar y Cano en su Memorial: “frente a
la capilla de Jesús, en la nave opuesta, está la de Ánimas, en la que hoy
existe la pila bautismal”.
En los años cincuenta del
pasado siglo se fomentó en esta capilla el culto al Señor Cautivo y,
finalmente, tras la fundación de la hermandad de los Estudiantes en 1957, pasó
a convertirse en la sede de dicha corporación.
La
ornamentación artística de esta capilla guarda estrecha relación con las
vicisitudes que ha vivido a lo largo de su historia.
De
su pasado como capilla de Ánimas aún quedan el retablo y la decoración de las
cuatro pechinas que sostienen su cúpula, cada una de ellas con un relieve en
madera representando el símbolo de la muerte, en forma de calaveras sobre tibias
cruzadas, decoración propia de este tipo de capillas. En cuanto al retablo, he
aquí cómo lo describe un inventario del año 1884:
Retablo tallado y dorado, perfectamente
conservado, consistiendo en cuatro columnas hábilmente trabajadas, en el
pedestal de cada cual colocado un ángel y entre las mismas columnas las
imágenes de Santo Domingo y Santa Rita. En el centro, la imagen de Jesucristo
Crucificado levantado de en medio de un grupo de figuras rodeadas de llamas.
Se
trata, pues, de una típica representación de las benditas ánimas, cuyo canon se
fijó a finales del XVI: las ánimas son liberadas por ángeles y ofrecidas a Cristo, siendo representadas
como cuerpos abrasados por el castigo del fuego y anhelantes de la remisión de
sus pecados.
La ejecución del retablo puede
fijarse en los primeros decenios del siglo XVIII, recordando en su factura los trabajos
de los talleres ecijanos, de los que
tantas muestras hay en la localidad; se remata el retablo con un medallón en
relieve representando a san Pedro, en recuerdo del fundador de la capilla. Este
retablo mantuvo la misma configuración hasta los años cincuenta del pasado
siglo en que desaparecieron dos de los cuatro ángeles y posteriormente, en la
década de los setenta, cuando perdió toda la figuración correspondiente a las
ánimas benditas.
Por
lo que se refiere a la imagen principal, la del Crucificado, es posible que se
trate de la misma que hoy preside el retablo, es decir, el Santísimo Cristo del
Amor, aunque no pueda afirmarse con rotundidad, dado que los historiadores del
arte que hasta el momento se han ocupado de la imagen ofrecen datos
contradictorios; así, los autores del Catálogo,
allá por el año 1953, afirmaron que se trataba de “una notable imagen” del comedio del siglo XVIII y de escuela sevillana; por su parte los de la
Guía Artística, en los años ochenta,
coinciden en señalar la imagen como de escuela sevillana pero adelantan la
fecha de su ejecución “hacia 1700”;
más recientemente, Ezequiel Díaz ha atribuido la realización de esta obra escultórica
al imaginero antequerano Diego José Márquez, quien la habría efectuado en la
década de los ochenta del siglo XVIII, por lo que cabría situarla entonces en
la órbita de la escuela granadina.
En cuanto a las dos
pequeñas esculturas secundarias, de apenas medio metro de altura y que
completan la figuración del retablo, aún es mayor la discrepancia, no ya en
cuanto a su autoría, de la que ni si quiera se habla, sino en cuanto a su identificación; de esta
manera, en el inventario de 1884, se dice que representan a santo Domingo de
Guzmán y a santa Rita; en otro inventario de 1904 se dice que corresponden a
san Vicente Ferrer y santa Gertrudis; y por su parte, en el Catálogo de 1953 se afirma que son santo
Tomás de Aquino y santa Escolástica; como puede verse, se trata de un abanico
de posibilidades demasiado amplio como para asegurar nada al respecto y todavía
menos en la actualidad, en que ambas imágenes han perdido parte de sus
atributos de representación; lo único que puede afirmarse claramente es que una
de las esculturas representa a un santo
dominico y la otra a una santa religiosa, por más que sospechemos que los
titulares de ambas imágenes pudieran estar relacionadas con la onomástica de
los progenitores de don Pedro Salvador de Reina.
Respecto a su función como
bautismal, en la capilla estuvo hasta no hace mucho la pila “y sobre ella un magnífico cuadro de
Jesucristo Crucificado representando los siete sacramentos en los siete ríos de
sangre que salen de su costado”, típica representación de Cristo como
Fuente de la Vida, al parecer, y según
la Guía Artística, fechable en el
siglo XVIII; hacia 1924 se incluyó en la capilla otro cuadro “representando el Bautismo del Señor”.
Jorge A. Jordán
Fernández
Doctor en Historia

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